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Cuando Marc Lore comenzó a hablar públicamente sobre su ambición de construir una ciudad desde cero, la mayoría imaginó desiertos áridos y llanuras interminables en algún rincón del oeste estadounidense. Nadie anticipó que los Apalaches —esa cordillera cargada de historia, complejidad social y cicatrices industriales— emergería como escenario posible para uno de los experimentos urbanos más audaces del siglo.

La propuesta ha desatado un torbellino de reacciones. Planificadores urbanos, economistas y defensores de las comunidades rurales observan con una mezcla de fascinación y escepticismo cómo uno de los empresarios más ricos del país contempla plantar una metrópolis futurista en el corazón de una región que durante décadas ha cargado con narrativas de declive y abandono.

El arquitecto del sueño

Lore construyó su fortuna en las trincheras del comercio electrónico. Fundó Jet.com, la plataforma que Walmart adquirió por 3.300 millones de dólares, y posteriormente ocupó un papel central en la transformación digital del gigante minorista. Pero tras alejarse del mundo corporativo, redirigió su atención hacia algo que trasciende los márgenes de ganancia: reimaginar cómo vivimos en comunidad.

El proyecto se llama Telosa, y representa la convicción de que las ciudades pueden diseñarse para servir a las personas de manera más justa, reduciendo el daño ambiental mientras amplían las oportunidades para todos.

Una ciudad con propósito en cada esquina

La visión que Lore ha esbozado rompe con el modelo de desarrollo urbano que ha dominado Estados Unidos durante el último siglo. En lugar de autopistas interminables y suburbios aislados, Telosa priorizaría espacios públicos, corredores verdes y barrios donde los residentes puedan acceder al trabajo, la educación y la atención médica en cuestión de minutos, ya sea caminando, en bicicleta o mediante vehículos eléctricos autónomos.

La energía renovable alimentaría hogares y negocios. El crecimiento sería gradual: decenas de miles de habitantes inicialmente, con proyección hacia millones a lo largo de varias décadas.

Pero quizás el elemento más provocador sea el modelo económico que Lore denomina «equitismo». Bajo este esquema, la tierra pertenecería colectivamente a la ciudad, no a especuladores privados. Los individuos y empresas podrían poseer edificios y negocios, pero los incrementos en el valor del suelo se reciclarían hacia servicios públicos: escuelas, transporte, programas sociales. Para sus defensores, se trata de un antídoto contra la desigualdad extrema y la especulación inmobiliaria que asfixian a tantas ciudades modernas.

Por qué los Apalaches entran en escena

La región atraviesa más de una docena de estados, desde el sur de Nueva York hasta las profundidades montañosas de Virginia Occidental, Kentucky, Tennessee y Georgia. Es un territorio forjado por generaciones de comunidades mineras, madereras y manufactureras que han enfrentado décadas de desinversión tras el colapso del carbón y la industria pesada.

Para un proyecto de esta envergadura, los Apalaches ofrecen ventajas que el desierto occidental simplemente no puede igualar. Existe tierra abundante a precios comparativamente accesibles, cerca de pueblos establecidos con infraestructura ferroviaria y carretera. Y sobre todo, hay agua: ríos, acuíferos y patrones de lluvia que garantizan un recurso que en el oeste escasea peligrosamente.

Zonas como el este de Kentucky, el sur de Virginia Occidental y el suroeste de Virginia aparecen repetidamente en las conversaciones sobre posibles ubicaciones. Combinan costos de tierra reducidos con proximidad a ciudades medianas como Lexington, Knoxville y Roanoke, ofreciendo acceso a mercados laborales, universidades y redes de transporte.

La promesa y sus sombras

Los optimistas argumentan que Telosa podría inyectar inversión masiva en una región largamente ignorada por el capital costero. La construcción generaría miles de empleos; las operaciones a largo plazo sustentarían carreras en ingeniería, educación, investigación y energía limpia. Las universidades regionales podrían convertirse en aliadas estratégicas, abriendo caminos para que los jóvenes apalaches construyan su futuro sin abandonar su tierra.

Existe también un atractivo simbólico poderoso. Durante demasiado tiempo, los Apalaches han sido narrados exclusivamente a través del prisma del declive. Una ciudad construida alrededor de la sostenibilidad y la equidad podría reescribir esa historia, posicionando a la región como laboratorio de soluciones para desafíos globales.

Sin embargo, las voces críticas plantean interrogantes que no pueden ignorarse. El terreno montañoso presenta desafíos de ingeniería radicalmente distintos a los de una planicie desértica: la geología compleja, los valles profundos y las cuencas hidrográficas sensibles exigirían una planificación extraordinariamente cuidadosa.

Las preocupaciones culturales pesan tanto como las técnicas. Las comunidades apalaches poseen vínculos profundos con la tierra, la familia y las tradiciones heredadas. Una ciudad orquestada desde la riqueza tecnológica podría sentirse como una imposición ajena, creando divisiones entre recién llegados y residentes de toda la vida. Las preguntas sobre quién podrá permitirse vivir allí, cómo se adquirirán los terrenos y si las comunidades existentes participarán genuinamente en los beneficios prometidos permanecen sin respuesta clara.

El peso de la memoria

La historia añade una capa adicional de cautela. Los Apalaches han experimentado oleadas repetidas de inversión externa que extrajeron recursos, dejando tras de sí daño ambiental y prosperidad efímera. Cualquier megaproyecto que ingrese a la región enfrentará un escrutinio forjado por esa experiencia amarga. Los residentes y líderes locales exigirán transparencia, participación genuina y compromisos vinculantes con la protección ambiental y el desarrollo comunitario.

Lore ha reconocido que construir una ciudad implica mucho más que arquitectura y financiamiento. Las estructuras de gobierno, la participación democrática, los marcos legales y la capacidad de adaptación a largo plazo resultan determinantes. En los Apalaches, estas consideraciones se vuelven aún más complejas por la interacción entre gobiernos estatales, jurisdicciones locales y agencias de desarrollo regional.

Una conversación que ya transformó algo

Aunque Telosa permanece en el papel —una colección de renders, teorías económicas y planes estratégicos—, la mera discusión ha alterado las conversaciones sobre el futuro de la región. Ha desafiado la suposición de que la innovación pertenece exclusivamente a los corredores tecnológicos costeros y ha iluminado el potencial de las regiones rurales y postindustriales para albergar experimentos audaces en sostenibilidad y diseño social.

Mientras Lore continúa explorando ubicaciones y refinando sus planes, los Apalaches observan con esa mezcla de curiosidad y cautela que solo pueden exhibir quienes han presenciado demasiados ciclos de auge y caída, explotación y resistencia.

Las montañas han visto llegar promesas antes. Si algún día albergarán una ciudad diseñada para la equidad y la sostenibilidad dependerá de decisiones que trascienden los planos y los presupuestos. Lo que ya resulta innegable es que la idea, por sí sola, ha sacudido las certezas sobre dónde puede germinar la innovación y quién tiene derecho a imaginar las ciudades del mañana.

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